EL CAPITALISMO FINANCIERO Y LOS NACIONALISMOS EN EUROPA

EL CAPITALISMO FINANCIERO Y LOS NACIONALISMOS EN EUROPA

Alfredo Mason

Mi interés inicial es contarles donde nos paramos para ver este fenómeno europeo, porque precisamente allí es  el lugar de donde sale el sentido con que vamos enhebrando los hechos. ¿Qué queremos decir?

Hace muchos años, encontré perdido en un anaquel de la biblioteca del Departamento de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, un folleto que reproducía una conferencia de un filósofo alemán por nacimiento y educación pero de padres italianos: Romano Guardini, que analizaba la posibilidad de tener una cosmovisión católica de la realidad, lo que llama una Katholische Weltanschauung. Frente a ello decía, que para alcanzarla, el único punto es el que posee Cristo desde la Divina Providencia pues contempla todo el proceso de la humanidad. El resto –o sea, la totalidad de los mortales- más o menos amplia, siempre tenemos una visión parcial.

Pero esto no es solo una cuestión teológica, a principios del siglo XX, el físico alemán y Premio Nobel, Werner Heisenberg sostuvo que la objetividad absoluta no existe, sino que el conocimiento de algo está determinado por la situación y las herramientas que utilice para abordar ese objeto. En todo caso, la «objetividad» es explicitar ese punto de partida, lo cual cobra enorme importancia en momentos en que se nos atiborra con la afirmación que hay un solo camino, sin posibilidad de cuestionamiento respecto de las herramientas utilizadas.

Aquí podría aparecer un neoliberal que chasqueando los dedos diría: esa es la relatividad de la verdad, nuestro principio de incertidumbre. Nada es más alejado de lo que decimos. Para lo cual daremos un ejemplo: los planisferios con que se suele trabajar en las escuelas secundarias muestran a una Europa casi tan grande como Sudamérica ¿son falsos? No, lo que pasa que el punto de mira de quien lo hizo –y esto es todo una visión cultural- estaba en el hemisferio norte, si lo dibujáramos centrándonos en el hemisferio sur «descubriríamos» que solo en Argentina caben Portugal, España, Francia, Reino Unido, Irlanda, Alemania, República Checa, Eslovaquia, Suiza, Austria, Italia, Serbia, Croacia y Grecia. Esto también es cierto y es otra visión cultural.

La importancia de la «situacionalidad» es una característica de la filosofía latinoamericana, pues Europa llevó adelante un proceso por el cual se universaliza (toman el marxismo en China y constituyen una «república» en el Congo) sin distinguir que en algunos lugares es su propia cultura y en otra dominación colonial, concluyendo entonces que «su» concepción de las cosas es «la» concepción para todo tiempo y lugar. En ese marco, el neoliberalismo se plantea como la racionalidad inmanente a la condición humana.

Frente a ello sostenemos que el contexto y el sentido común no son elementos residuales que se pueden eliminar, más bien no hay cognición sin ellos, pues son los que nos colocan en la situación donde sujeto y objeto de conocimiento se determinan el uno al otro, poniendo a este último en el plano de lo ontológico.

Para nosotros, argentinos, aquí está en juego eso que Arturo Jauretche llamaba la colonización pedagógica, la cual estribaba precisamente en que pensemos que somos chiquitos y estamos abajo. Y para entender lo que somos deben llegar las explicaciones de los lugares donde se genera pensamiento. Nuestra historia es contada por un francés: Alain Rouquie, un estadounidense, Robert Potash, un alemán, Peter Waldmann o incluso un canadiense, Ronald Newton, los cuales han realizado buenos trabajos, el problema somos nosotros que creemos que son mejores porque son extranjeros. De esto se trata lo que también Jauretche llamaba la autodenigración cultural identitaria.

Obviamente, no pretendemos invertir este proceso, no vamos a contarles a los europeos lo que ellos están haciendo, sino la visión que de ello podemos tener desde nuestra cultura política. Por eso empezamos el libro diciendo que nos situamos en América Latina, en Argentina, como parte de un gran movimiento popular, que no se resigna ni en la acción ni en la meditación a ser un «populismo». Ahí plantados y siguiendo las enseñanzas de ese gran estadista que fuera Juan Perón, entendemos la política mundial como el marco donde cobra sentido la política continental y nacional.

Podríamos preguntarnos ahora ¿cuándo hablamos de política en estos términos, quién es el sujeto que actúa? Y para nosotros, ese sujeto es el «pueblo», el cual no es una construcción discursiva sino, como sostiene el papa Francisco, tiene un origen mítico-político, o sea –tal como enseñaba Aristóteles- hay una decisión de una parte de la población de constituirse como «pueblo»,  sustentada en un núcleo de creencias valorativas como la Patria, la Justicia Social, el Trabajo, etc., que no niega los posibles conflictos internos, pero logra una armonía de los desiguales en la convicción de poseer un destino común como protagonistas de la historia.

Los pueblos han generado un proceso de integración continental y aspiran a una universalidad, el cual fue interpretado por el neoliberalismo como globalización del mercado. Esta visión que en la década del 90 anunciaba el fin de la historia tal como la conocemos, ha comenzado a resquebrajarse ante la negativa a contemplar las justas aspiraciones de los pueblos, generando crisis políticas, económicas y sociales, ante las que responde achacándoles culpas y pidiéndoles sacrificios.

El contemplar el fenómeno político europeo desde esta visión, nos permitió comprender lo complejo del mismo. Ello no puede resumirse en un relato binario de buenos y malos. Desde el término de la Segunda Guerra Mundial en 1945 hasta 1990 en que desaparece el sistema de la convivencia de los imperialismos, el orden europeo estaba sostenido por los Estados Unidos y la Unión Soviética, dentro de lo cual hubo un escarceo de armar algo propio a través de la construcción de la Comunidad Europea.

Cuando se desarticula eso que algunos llaman el orden bipolar, hay una suerte de refundación de la Comunidad, donde el poder se reparte entre el Deutsche Bank y una burocracia que se pretende post-nacional que conduce la Comunidad Europea desde Bruselas, imponiendo las reglas políticas (policies) a realizar en Europa, mientras que a los estados nacionales solo le queda la posibilidad del discurso político (politics), tan ruidoso como estéril, cuyo ejemplo más gráfico es la historia de Grecia en los últimos 10 años.

Esta «nueva Comunidad Europea», creación del neoliberalismo, cuya característica más notable es la transformación del ser hablante, mortal y sexuado en un ente solo considerado como «capital humano», ha implicado la aparición de nuevas figuras históricas en el escenario de la vida social: «el empresario de sí mismo», la lógica del «ganador-perdedor» en todos los pliegos del vínculo social, y la vida como una permanente incertidumbre donde prima el sacrificio colectivo cuya única causa son las exigencias financieras.

El político y economista griego Yanis Varoufaquis sostiene que ha triunfado un totalitarismo que no es ni fascista ni comunista, sino que surgió del neoliberalismo y manifiesta su legitimación con el avance de la mercantilización sobre nuestro espacio personal. Para ejercer la libertad, las personas necesitan un refugio, un hábitat seguro –tal como sostenía Heidegger- que no solo es físico sino también humano, dentro del cual desarrollarse en forma auténtica, en primer lugar con nuestro prójimo con el cual aparecerá un amor o arraigo (filía) por reconocernos parte de ese mismo hábitat. Y será desde allí que nos relacionaremos con otros para satisfacer nuestras necesidades materiales y espirituales.

La clara demarcación que había en ese hábitat entre las esferas pública y privada también dividía el ocio del trabajo. No hace falta ser un crítico radical del capitalismo para ver que el derecho a un tiempo en el que uno no esté a la venta también ha dejado prácticamente de existir, apareciendo por un lado la precarización laboral y por otro considerándolo un desborde del goce, un ir más allá de los límites racionales…lo que un ser ignoto y malicioso lo caracterizó como ¡queremos flan!

Los pueblos europeos ven como se va licuando la democracia y sus instituciones, convirtiéndose en puros simulacros que progresivamente van perdiendo hasta su eficacia simbólica. En este caso el famoso «estado de excepción» no lo genera una fuerza exterior que interrumpe las garantías constitucionales sino la necesidad de sacrificar las expectativas y esperanzas al capital financiero, como así también la de construir un círculo inmunitario frente al hecho maldito de lo que llaman  «populismo».

En la complejidad de semejante panorama, donde el capitalismo en su mutación neoliberal no tiene más que una administración económica represiva, para lo que sus representantes definen como «gobernabilidad», no se dispone de ninguna capacidad para articular Pueblo, Nación y Estado. Es frente a ello que aparece la reacción nacionalista que busca frenar el poder supranacional. El avance de este fenómeno complejo y heterogéneo que la ciencia política denomina ambiguamente «populismo», bajo el cual, según el diario El País de España, se nombra al kirchnerismo y otros caudillismos americanos como el neoimperialismo de Putin o Erdogan; el autoritarismo de Orbán o la defensa del proteccionismo de Trump o Le Pen (3.11.2018). Ese amplio espectro nos recuerda el concepto «comunista» en el marco de la guerra fría, el cual era un significante vacío para denostar –como en la vieja película italiana- como feos, sucios y malos.

En ese sentido veamos algunos ejemplos ocurridos estos días.

Los resultados de las elecciones suecas, que tuvieron lugar el último 9 de septiembre, confirman que el espectro político del país se ha desplazado claramente hacia el partido nacionalista Demócratas de Suecia (SD) que se han convertido en el factor de rediseño de la política de su país. En Alemania la AfD ya posee representación en todos los parlamentos regionales tras alcanzar el 12% en las elecciones en Hesse y el 10% en Baviera en octubre pasado, lo cual la coloca en el escenario político en zonas donde su presencia era escasa transformándola en un partido que participa del poder real. En Eslovenia, Janez Janša, lanza la consigna ¡Eslovenia primero!

George Pagoulatos, profesor de Política y Economía Europea en la Universidad de Economía y Negocios de Atenas sostiene que aun con la finalización de los programas de rescate de Grecia en este año, ésta ha perdido una cuarta parte de su PIB a partir de 2008, el desempleo es del 20%, uno de cada tres griegos está por debajo del umbral de pobreza, el desempleo juvenil afecta a cuatro de cada diez jóvenes. Más de 400.000 personas han emigrado.

Esta experiencia es particularmente interesante para nosotros los argentinos, ya que puede cumplir un papel especular con algunas de las políticas del actual gobierno. La austeridad prolongada ha dejado un impacto duradero en la capacidad productiva de la economía griega. La tasa de empleo está por debajo del 60%. La población está seriamente endeudada, han bajado el monto de las pensiones y los salarios. Además, el FMI se muestra escéptico sobre el potencial de crecimiento de esa economía. Este es el precio de lo que algunos llaman «estar en el mundo».

Italia también pasa por un momento crítico, solo es superada por Grecia en el monto de su deuda externa, la que suma un 132% en relación al PIB. Además, el país presenta un escenario de pobreza creciente con un desempleo de dos dígitos que en entre los más jóvenes llega al 40%. Al presentar el presupuesto para 2019, donde aumenta el déficit fiscal, Bruselas lo rechaza y la reacción italiana es el aumento de la popularidad del gobierno que roza el 60%.

Hans Kundnani, que fuera Director de Investigación en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, sostiene en un artículo publicado en Internationale Politik und Gesellschaft de la Friedrich Ebert Stiftung –o sea, la socialdemocracia alemana- que la división ideológica entre izquierda y derecha es obsoleta,  o más aún, una falsa dicotomía, la línea divisoria más clara se da entre los partidarios de las sociedades «abiertas» y las «cerradas», tal como lo expresara uno de los miembros originales de la sociedad de Mont Pelerin origen del neoliberalismo: Karl Popper. Lo cual debería presentarse como un ejemplo autoreferencial de la obsolescencia mencionada, pues un hombre de la socialdemocracia define la sociedad en términos neoliberales.

Estas circunstancias ponen a la izquierda tradicional europea frente a una amenaza de extinción. En menos de dos años, los partidos socialdemócratas del continente sufrieron derrotas históricas en Francia, Holanda, Alemania e Italia, en un escenario donde la competencia entre partidos de centroderecha y centroizquierda era lo habitual. Los votantes europeos han transformado una serie de elecciones recientes en referendos populares sobre la forma que debería tomar el futuro de la Comunidad, y es aquí donde avanzan los nacionalistas.

Dentro de ese panorama, la inmigración masiva de asiáticos y africanos cumple el papel de detonante, pero es –según nuestra visión, y desde un punto de vista del análisis- un factor secundario, ya que en el fondo está la cuestión de la soberanía de los pueblos enfrentada a un capitalismo cada vez más salvaje cuya máxima expresión son las guaridas fiscales, presentadas como tales y en sus efectos en los Paradise Papers, Panama Papers, Lux Leaks y Swiss Leaks.

En el libro citamos los casos de cómo la venta de trigo alemán subsidiado al 40% o los tomates en lata italianos y chinos, funden a los productores africanos, no dejándoles otra alternativa que migrar a algún país europeo, a donde lo lleva una mafia y donde se lo contrata en inferioridad de condiciones respecto del trabajador nacional, o peor aún, dejando a éste último sin trabajo. Nos encontramos aquí con la conocida precarización laboral en grados extremos. Así también, muchas de las iniciativas «humanitarias» -directa o indirectamente- buscan mantener el sistema que causa muchos de los problemas que intentan solucionar, y su utilidad es parte de cómo lo llevan a cabo. Por lo tanto, su hacer el bien es cómplice de un daño mayor, aunque más invisible.

Ello nos muestra un cierto grado de hipocresía con que se aborda el problema de la inmigración, partiendo de tres postulados: a) garantizar la seguridad de los migrantes que se embarcan para Europa multiplicaría el efecto «llamada»; b) extirpar completamente el hambre en África implicaría cantidades ingentes de ayuda de sus gobiernos, y c) acabar con la guerra de los países emisores de migrantes implicaría, aparte de un cuantioso gasto en material militar, mandar varios miles de soldados europeos a una probable muerte.

Julian Nida-Rümelin, ex-Ministro de Estado, profesor de Filosofía y Teoría Política en el Departamento de Filosofía IV de la Ludwig-Maximilians-Universität de Munich y autor del libro Pensar en las fronteras, sostiene que Europa ha entrado en una situación difícil con respecto al tema de la migración: sus ciudadanos esperan un estado fuerte y protector que garantice la educación y la seguridad social, pero no confían en los mercados globales de finanzas y productos, ni en los mercados laborales globales, por lo tanto, su solidaridad con las personas necesitadas llega a sus límites cuando la cohesión interna de la sociedad parece estar en peligro y el estado parece indefenso. Ello señala algo fundamental: el fracaso o la inexistencia de políticas de inclusión, en sociedades que durante décadas recibieron migrantes, a los cuales –generalmente- se les reservaba los puestos de trabajo de menor calificación.

Actualmente hay dos campos en Europa –dijo Matteo Salvini– Macron está a la cabeza de las fuerzas que sostienen la inmigración. Por otro lado, estamos nosotros, que queremos detener la inmigración ilegal. Trabajaremos juntos para crear una futura alianza que ponga en primer plano el derecho al trabajo, a la salud y a la seguridad: todo lo que nos niegan las élites europeas dirigidas por Macron».

Por su parte, el presidente de Francia busca una solución a la falta de cohesión social en su país, teniendo como referencia los disturbios ocurridos en 2005, los cuales se evaluaron como un signo de la desintegración de la sociedad y, como reacción a ello, se introdujo un «servicio cívico voluntario» en 2009, 125.000 jóvenes franceses realizaron este servicio en 2017, siendo una de las principales razones el alto nivel de desempleo juvenil en Francia. La nueva propuesta que instrumenta Macron también tiene como objetivo fortalecer la cohesión en la sociedad y, a diferencia de 2009, aumentar la resiliencia ante las amenazas del terrorismo y otros peligros al mismo tiempo. El último plan prevé una fase de cohesión obligatoria de cuatro semanas a la edad de 16 años. Los jóvenes de todos los niveles sociales irían a un alojamiento común para experimentar la convivencia en una comunidad durante las primeras dos semanas y se conocerán entre sí a través de ejercicios deportivos y de primeros auxilios. Potencialmente esto se aplicaría a alrededor de 700.000 a 800.000 jóvenes franceses cada año. No muy distinto del Frente de Juventudes y el Servicio Voluntario para Mujeres del generalísimo Francisco Franco en España, pero al ser franceses, solo les faltará cantar Terre de France bajo la foto del mariscal Pétain y denominarse Chantiers de la Jeunesse.

Por otra parte, la llamada post-verdad confunde intencionalmente los brotes neonazis –minoritarios- con los nacionalismos emergentes, pero podemos ver que las acciones de los gobiernos, globalizantes y neoliberales, se colocan en situaciones mucho más extremas; por ejemplo: la Democracia Cristiana y la Socialdemocracia alemana proponen armar «campos de refugiados» en la frontera para «devolver» a los migrantes a aquellos países de la Comunidad Europea que le dieron cabida (en su mayoría son España, Italia y Grecia). La secretaria para la Integración del Ministerio de la Infancia, Familia, Refugiados e Integración de Renania del norte-Westfalia es un ejemplo vivo del fracaso de las políticas de inclusión, Serap Güler es hija de inmigrantes turcos nacida en Alemania que recién a los 30 años pidió ser reconocida como alemana, no solo porque se sentía culturalmente ligada a su familia primaria sino que también el medio social la reconocía como turca, o al menos no-alemana. Ella declara a la Deutsche Welle que considera que recién la segunda generación nacida en tierra alemana no se considerará turca y tendría mayores posibilidades de inclusión.

Son los muy neoliberales gobiernos francés e inglés que permiten la existencia miserable de un campamento de refugiados al que denominan con explícito racismo: «la jungla de Calais». Y es la propia Comunidad Europea la que le paga a los turcos para que frene a los migrantes asiáticos. Finalmente, entre las propuestas que la canciller Merkel llevó a Senegal, Ghana y Nigeria se encuentran medidas que apuntan a correr la frontera europea hacia África y establecer campamentos o centros de recepción allí, para evitar que esas personas lleguen a Europa.

Como conclusión, creemos que una actitud políticamente madura, que no acepta ni versiones edulcoradas ni maniqueas y que se planta sobre la mismidad de nuestro pueblo, permite reconocer que desde el punto de vista internacional es auspiciosa la emergencia de estos movimientos que enfrentan a la globalización neoliberal. Lo cual no significa que nos sumemos a una política «revuelto gramajo» (donde todo está mezclado), sino que reconocemos que ello contribuye a ir creando una tendencia internacional donde podremos encontrar a quienes se enfrentan con nuestros enemigos. Podrían preguntarnos ¿vamos a estar junto a los xenófogos? Pero antes de contestar deberíamos repreguntar si se refieren a Angela Merkel con sus «campamentos», Emmanuel Macron o Theresa May con sus bombardeos a Siria. La respuesta es, con ellos seguro que no. Por otra parte, el papa Francisco a recordado en su visita a Vilna, Lituania, que hace 75 años, este país vivió la destrucción definitiva del gueto de Vilna, un hecho en que culminó en el aniquilamiento de miles de judíos […] es necesario detectar a tiempo cualquier rebrote de esta perniciosa actitud, cualquier aire que enrarezca el corazón de las generaciones que no vivieron aquello y que pueden dejarse llevar por esos cantos de sirena, aludiendo no solo a rebrotes de neonazismo sino también a políticas de intolerancia y exclusión.

Nuestra tradición política y cultural es otra. Desde 1813 se declara en Argentina la libertad de vientres y «de facto» la de los esclavos. Las migraciones que nutrieron nuestro pueblo desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX marcaron una actitud distinta, en la cual es valorado el mestizaje del gaucho y del criollo, donde radicales y socialistas integraban a los «gringos» mediante la política, y el peronismo fue el medio por el cual tanto extranjeros como adscriptos a diferentes creencias religiosas pudieron llegar a los máximos niveles de conducción en distintos campos, como también a la educación gratuita en todos sus niveles, hasta incluso, Rosario Vera Peñaloza creó el guardapolvo blanco para mostrar, actitudinalmente, que estábamos construyendo un pueblo que incluía a todos por igual.

No somos un país que desconoce el fenómeno migratorio, desde 2008 hasta el 2017 entraron a Argentina un promedio de 230.500 personas por año, lo cual representa el 50% más que los inmigrantes que Bruselas destinó en un año al grupo Visegrád. Argentina cuenta hoy con un total de 2.086.302 migrantes extranjeros sobre los que hubo una exitosa política de inclusión. Debemos reconocer que también tenemos una minoría que sostiene que no hay que brindarles ni salud ni educación gratuita, lo cual parece dicho por hijos de una probeta, pues quien más o quién menos, tenemos abuelos extranjeros que cuando vinieron gozaron y sufrieron a la par que los hijos de esta tierra, eso sí, nada dicen de los extranjeros que traen los capitales especulativos, hacen su negocio y se van sin pagar siquiera los impuestos.

La Iglesia habla de los signos de los tiempos, los movimientos populares expresan el lugar por el cual el tiempo avanza (katejón), ellos han comenzado a dar algunos señales de vitalidad, que no es otra cosa que la resistencia a un mundo globalmente impuesto.

 

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